martes, 29 de noviembre de 2011

Fiorella

Estaba pensando en que en breve hay que arrancar con el armado del arbolito y toda esta parafernalia navideña, cosa que por otro lado, aunque a muchos les aburre, a mí me encanta debo decir.
Estaba pensando también en que Papá Noel tiene que empezar a ver qué regalitos va a traer para la familia. Y pensando en eso me acordé de mis navidades en la infancia. Me encantaba que llegara el 8 de diciembre y armar el arbolito. Toda la previa de elegir adornitos, ubicarlo en un lugar, decorarlo, todo eso me encantaba. Mi familia no era especialmente de esas familias en las que todos se reunían todos a festejar la Navidad, sí Año Nuevo, pero Navidad como que cada familia la pasaba en su casa. Y aún así, a pesar de ser un festejo “solitario” la pasábamos bien.
Me puse a pensar también en regalos “memorables” que me haya traído Papá Noel.
Uno de los regalos que más recuerdo fue un par de zapatos. En vez de elegir algún juguete esa Navidad había pedido un par de zapatos. Hacía semanas que los había visto en una vidriera. Eran de cuero blanco, con una carita tipo pac-man bordada arriba y tenían unas suelas de goma de colores, un pedacito de cada color: verde, rojo, amarillo, azul, así toda la vuelta del zapato. Creo que lo más me gustó cuando los vi fue precisamente la suela. Cuando vi el paquete en el piso al costado del arbolito de Navidad supe que eran esos zapatos. Y ya de antemano estaba feliz. Desde que abrí la caja y me los puse no me los saqué más hasta el día en que venían los Reyes, que decidí dejarlos junto con el pasto y agua para los camellos.
Al otro día, “los Reyes” en mi casa habían desparramado pasto y agua y revoleado los zapatos al patio. Cuando los fui a buscar los agarré, metí la mano para sacarles el pasto y ahí, mai god: salió una cucaracha, la más grande que haya visto. No sé si conté acá que tengo fobia a esos bichos, fobia mal, de esas que hacen que de noche no salga a los jardines, y que si veo alguna es mejor que esté con alguien porque puedo terminar desmayada. Haciendo terapia actualmente para ver si logro sacarme este pánico absurdo llegué a la conclusión de que el origen de tanto miedo puede tener que ver con esa imagen infantil: un invasor en mis zapatos favoritos.
El otro  regalo que recuerdo como de los mejores fue una muñeca, que quizás alguna recuerde por su nombre: Fiorella Sabor. Fiorella era una muñeca al estilo dibujito de Frutillitas; con un vestidito blanco con frutillitas dibujadas, y un gorro haciendo juego sobre un pelo de lana color fucsia furioso. Traía un heladito de goma colgado del cuello, con un olor riquísimo que te perfumaba la habitación.
Fiorella andaba conmigo para todos lados. No importaba si yo estaba saltando las alcantarillas, o armando casas en el baldío: ella venía conmigo. Siempre con los pelos enredados y el vestido bastante sucio, rara vez tenía la suerte de ser tratada como las demás muñecas: nunca un paseo en cochecito, ni una mamadera mágica pobre.
Pasaron los años y  las muñecas quedaron en el olvido. Siempre la veía a la pobre muñeca metida en una bolsa arriba de un placard. Me mudé, nació mi hijo, volví a mudarme a mi ciudad natal de nuevo, nació otro hijo varón... Un día  mi vieja me llama y me avisa que venía para casa con unas cosas que tenía que tener yo: se apareció con una bolsa llena de ositos de peluche, unas remeras de mi viaje de egresados y en el fondo de la bolsa estaba ella: Fiorella Sabor.
¿Qué querés que haga con esto má?-
Guardála- me dijo –quizás algún día tengas una hija y se la puedas dar para que juegue.
Tengo dos varones pensé, número de hijos más que suficiente a mi entender. No le voy a dar a un varón una muñeca para que juegue y no pienso tener más hijos.
Pero, con todo el cariño que le tenía la verdad que la vi y no la pude regalar. La guardé, otra vez, en lo alto del placard.
Al tiempo, sin haber estado planeado, quedé embarazada, y el día que me enteré que iba a tener una nena, me acordé de la muñeca.
Hace unos meses, cuando Lola empezó a tener un poco más de conciencia de los juguetes, bajé a Fiorella del placard. Todavía, no miento, tenía olor a frutilla en el heladito. La lavé con cuidado, le planché la ropa y se la di. Ver la cara de felicidad de mi hija con esa muñeca fue un momento impagable. Pensar que algo con lo que yo había jugado 20 o 25 años atrás, ahora la hacían divertir a ella es genial. Y mucho más cuando vi que la tradición se repetía: nada de arrumacos suavecitos ni cariño maternal, Lola arrastra de los pelos a la muñeca al igual que lo hacía yo.
De tal palo, tal astilla. Otra vez Fiorella, caíste en las manos equivocadas.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Te presento al diseñador


Siempre pensé que iba a ser madre de un hijo único, una porque creía tener muy poca paciencia, otra, porque después que nació el primero pensé que nunca iba a poder querer a otro hijo tanto como a él. Pero, por otro lado siempre veía, y veo, a mi viejo, hijo único él, muy solitario. Cuando mi abuela se enfermó él solo tuvo que hacerse cargo de todo; tomar decisiones, cuidarla y llorarla solo finalmente. Y sentí que no quería que mi hijo se quedara sin la posibilidad de conocer lo que es tener hermanos, alguien con quien compartir en las buenas y en las malas.
Yo tengo dos, uno con el que me llevo cuatro años y otra con la que me llevo trece, un regalo de último momento que se hicieron mis viejos.
Con mi hermana más chica tuve poco tiempo de convivencia la verdad. Cuando ella recién empezaba primer grado yo me fui a vivir a Baires para estudiar así que prácticamente la veía solo los fines de semana. Pero fui la “madrina” de sus primeros viajes en charter sola, cuando  venía a pasar sus vacaciones de invierno a mi departamento. Yo fui la que la paseé por Av. Santa Fe, la que la llevó a conocer las ferias de Palermo y Plaza Francia, la que le regaló alguna billetera de Todo Moda; la que la llevó a su primer recital en la cancha de River y la agarraba del brazo mientras hacíamos pogo cantando "no seas tan cruel, no busques más pretextos" para que no se la lleve la multitud;  eso lo inauguré yo. Y ahora que es ella la que vive allá tengo la excusa perfecta para visitarla e ir al barrio Chino por ejemplo, y me alegra saber que ya tiene 19, y que ahora la diferencia etaria ya no se siente tanto jeje.
Con mi hermano pasé toda mi infancia, mitad jugando, mitad peleando y así. Y cuando terminó su secundaria aterrizó en mi departamento. No miento si digo que el tiempo que vivimos juntos fue de los más divertidos que recuerdo. Fue mi hermano el que se bancó mi pelea con quien era mi novio de toda la vida; y durante el largo tiempo que pasé sin volver a mi ciudad natal para no cruzarme con él fue mi hermano el que se quedó conmigo cada fin de semana, y cada domingo era una fija ir a la panadería de al lado y comprar todo lo más rico y calórico que había en el mostrador para hacer una especie de brunch; eso cada fin de semana.
Fue mi hermano también con el que me fui por primera vez sola de viaje. Cuando pasó lo del corralito yo venía ahorrando en dólares para poder irme a Europa y cuando como a muchos otros nos pesificaron a $1.4 la plata que me quedó no me alcanzaba ni para ir a Brasil. Así que antes de dejar que se licúe definitivamente junté todos los ahorros y le dije: te invito al Sur. Nos fuimos 14 días y fue genial. Con mi hermano comí por primera vez estofado de ciervo, nos trajimos gajos de rosa mosqueta en el avión, nos tiramos al sol en Quila Quina…
Cuando me reencontré con mi ex novio, quién hoy es mi marido, fue mi hermano con el que nos quedamos varias noches ayudándolo a que termine la última entrega de su carrera. Fue también él el que se bancó una noche de insomnio cuando nació mi primer hijo. Fue él el que nos hizo las tarjetas de casamiento más lindas que he visto hasta ahora, con el estribillo de una canción de Spinetta escrito en el frente “y es que tu amor es un arco dorado, tu amor es un círculo mágico, tu amor es un rayo de luz”. Y el día de la boda, como esta novia no quería usar el clásico Ave María en la ceremonia, fue él el que se ofreció de musicalizador y le dio play a esta canción mágica.
Con mi hermano vi por primera vez a Cerati presentando Bocanada, y fue un viaje de ida. No hubo recital de él o de Soda que no fuera a ver con mi hermano, y es él también quien se encarga de pasarme gran parte de la buena música que escucho.
Fue mi hermano el que le enseñó a mi hijo los primeros acordes en una guitarra, y el que le hizo cuentos personalizados con unos dibujos geniales. Él es el que me salva las papas cuando hay que hacer logos, tarjetitas, letras... Él es el que dibuja cosas como éstas, usando solo tinta, palitos de madera para pintar y lapiceras.


Es mi hermano el que toca la guitarra en un trío genial, y lo ves tocando y te das cuenta que ahí, ahí hay pasión por lo que hace.
Ayer por la noche mi hermano presentó la tesis final de su carrera de Diseñador Gráfico, la frutilla del postre, el fruto de un año entero de quemarse las pestañas. Y aunque dejó para recibirse un final de inglés, haber aprobado la tesis es como haberse recibido.
Es a mi hermano a quién hoy le digo felicitaciones, y a quién le deseo una vida llena de música, de pintura, de dibujos y de arte. Nada más ni nada menos que eso. Love.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

En Japón los platos no se lavan

Volviendo al tema de mi infancia mi barra infantil estaba conformada por Lorena (mi amiga del accidente con el paraguas), Inés, Graciela, Macarena, Cintia, Virginia, Roberto, César, Alberto, Luis, Carlos, Mario y Marcelo. Eventualmente se sumaban algunos otros: Toto y los mellis, hermanos de Lorena, Leonardo, mi hermano, Emiliano y Leonel, Sergio, José, Néstor y las japonesitas.
Todos nos juntábamos todos los días, sin importar si estaba lloviendo, si hacía frío, o si el calor era insoportable.
Si estaba lloviendo el plan genial era atravesar la alcantarilla con un palo que usábamos de jabalina: había que venir corriendo, clavar el palo en la mitad de la alcantarilla y con el impulso llegar al otro lado. Marcelo había sido el impulsor de la idea. Marcelo era “la monita”, sobrenombre poco amigable que le habían puesto los chicos porque reconocían en él algún pariente animal. La "monita" un día de mucha agua en la alcantarilla vino corriendo, saltó, clavó el palo en la cuneta y ahí quedó: había tomado poco impulso y quedó aferrado a la jabalina en la mitad de una cuneta llena de agua. Se tuvo que tirar y fue motivo de carcajadas durante varios días.
En otras ocasiones pasábamos días enteros construyendo casas, para lo cual alguien terminaba trepado a un árbol cortando ramas para hacer las bases. Roberto era el que se dedicaba a eso. Flaco y alto tenía una habilidad terrible para treparse hasta lo más alto de las casuarinas. Pero de ser el héroe del barrio pasó a quedar convertido en leyenda: un día subió hasta la mitad de un árbol para cortar una rama, sacó el serrucho y se sentó… sobre el lado que estaba serruchando. Cayó con la rama, el serrucho y toda su humanidad desde calculo 3 o cuatro metros de altura. Quedó tendido en el piso, casi sin poder respirar del golpe que se pegó. Cuando reaccionó, mientras varios pares de ojitos lo rodeaban sin poder creerlo, comenzó a reirse a carcajadas, y con alivio por poder sacar la risa contenida, todos nos reímos con él.
Como dije, había días en que se sumaban otros amiguitos. Las “japonesitas” eran dos amigas que vivían a la vuelta del punto donde nos juntábamos. Hijas de papá japonés y mamá argentina cuando se sumaban causaban sensación. Las mirábamos extrañados, con esa impunidad que te da el ser chico, y siempre terminaban en el centro de la charla, con todos nosotros haciendo preguntas sobre lo que comían, si dormían, como dormían y ese tipo de cosas, y ellas respondiendo mansamente a nuestros cuestionarios. Un día nos invitaron a las chicas solas a su casa a jugar y ahí cayeron todos los mitos: era igual a cualquiera de nuestras casas. Solo nos llamó la atención el hecho de que en la cocina había una pila de platos, ollas, cubiertos y demás sin lavar en la pileta. No como cualquier pila de cosas que uno deja de la noche a la mañana, no; pila mal, pila de días de no tocar la pila. Cuando nos descubrieron las japonesitas mirando la cocina y vieron que era lo que nos llamaba la atención nos explicaron que la mamá lavaba los platos cuando ya no le quedaba nada por ensuciar en la alacena: se le acababan los platos limpios y ahí recién lavaba. Cuando nos fuimos y el resto de la barra nos preguntó como era la casa por dentro contestamos que como las nuestras pero explicamos detalladamente la costumbre “oriental” según nosotras de no lavar los platos: “en Japón los platos se lavan cuando ya no quedan platos limpios” (si lee esto Pao se debe estar matando de risa!)
A grandes rasgos ésta fue la gente con la que me juntaba cuando era chica. Gente a la que en muchos casos no volví a ver, porque se han ido del barrio, o que cruzo en la calle y casi ni nos saludamos.
Y pienso en lo loco de las relaciones humanas. De pasar de ser inseparables, de conocerse más de que nos conocía nuestra propia familia, a pasar a ser un completo extraño.
Es raro, pero es así.
Igual sepan que cada vez que los cruzo me acuerdo que vos Roberto, serruchaste la rama sobre la que estabas sentado; que vos Monita, no tomaste impulso suficiente y tuviste que tirarte a la alcantarilla porque la jabalina quedó clavada en el medio y no se movió de ahí, que vos Lore quedaste en bombacha en la vereda, y que "en Japón los platos no se lavan", y así con cada uno de ustedes.
 Y por esos recuerdos imborrables, gracias, enormes gracias porque forman parte de una parte genial en mi vida!

lunes, 21 de noviembre de 2011

Acá tenemos un rey

Quizás algunos no saben que en mi ciudad hubo una monarquía. Sí, un monarca, una corte y hasta un castillo en el que se hacían bailes reales solo con el fin de festejar el Día de la Amistad, que no se festejaba en julio como es ahora, sino en octubre.
Chascomús tuvo su Reino de la Amistad.
Allá por el año 1946 un grupo de hombres con un gran sentido del humor comenzó a acunar la idea de crear este reino. Y a fuerza de reuniones varias en un bar céntrico el 19 de Octubre de 1947 coronaron al primer rey: Manuel I Rey de Copas. Como en toda coronación se realizó una espectacular ceremonia de asunción que paseó al rey por las calles principales de la ciudad, y la gente se prendió en esta especie de locura sana.
Pasaron un par de años y ya con la corte formada, donde no faltaban duques, ministros y hasta el diario oficial del reino, la idea se terminó de oficializar con la construcción de un castillo. Entre todas las “autoridades reales” se juntaron fondos, se compraron dos terrenos sobre la costanera de la laguna y finalmente en Abril de 1951 se inauguró oficialmente el Castillo del Reino de la Amistad. También como toda inauguración se hizo con un baile, “el baile de los embajadores”, y así quedó formalmente establecido este reinado, la idea loca de un par de buenos vecinos que se juntaban en un bar.
Con el tiempo, el reino de la amistad se desvaneció, fallecieron muchos de sus fundadores iniciales y la monarquía cayó en el olvido.
Hace un par de años, más precisamente en el 2006 algunos de los descendientes de los antiguos monarcas, y otros nuevos que se sumaron  reinstalaron la costumbre en la ciudad.
Así, desde esa fecha, cada mes de Octubre se realiza un “Desfile Real”, con carrozas, reyes y reinas con sus respectivos atuendos y mucha gente en la calle celebrando  a la “realeza”, evento que continúa todo el día hasta la noche, donde se realiza una cena real, a la que se puede concurrir previa compra de una tarjeta. Los monarcas también participan activamente en los eventos del día del Niño, el día de Navidad, el día de Reyes y en cuanto festejo callejero haya, y la idea es poder restaurar el Castillo, que aún está en pie, solo que bastante venido a menos, aunque no deja de ser un punto de atracción turística: nadie puede crear que haya habido gente dispuesta a gastar dinero en construir semejante obra solo con el fin de festejar el Día de la Amistad.
El festejo ya se ha convertido en una atracción turística y el día fin de semana que se realiza el desfile es común que la ciudad se encuentre llena de turistas que vienen a ver la ceremonia, que aparte de pintoresca por los atuendos de los concurrentes es bastante divertida por los nombres con que se han bautizado los monarcas.
Por si no conocen el lugar acá les dejo algunas fotos que saqué ayer, fruto de una bicicleteada en familia hasta la sede real.








Ah, y si quieren saber más sobre nuestro reino pueden probar entrando acá ( paciencia! las autoridades reales no le dedican mucho tiempo a que la web funciones eh)
Y si vos querés soñar que estás en un castillo definitivamente vas a necesitar algo de ésto: date una vuelta por el facebook y elegí alguna



viernes, 18 de noviembre de 2011

El otro costado

Se habrán dado cuenta por mis post que cuando era chica tenía un costado medio “cacho”. Lo mío rara vez era jugar con las muñecas o a la casita. Prefería más bien trepar árboles (y quebrarme of course), jugar a la escondida, hacer casas en el monte de enfrente y cosas de ese estilo.
Justro frente a mi casa había un terreno baldío enorme, que todos los del barrio usábamos como campo de actividades varias, porque rotábamos de juegos de acuerdo al voto de la mayoría. Durante mucho tiempo el juego que dominó ese terreno fue el softball. Y ahí estuvimos todos los enanos del barrio limpiando durante días enteros todo el predio de yuyos hasta dejar un campo lisito lisito. Recuerdo que el bate había sido invento de mi papá: el mango de un hacha algo pulido en la punta, que pesaba mucho más de lo que nuestros brazos llegaban a levantar. El tema de correr hacia las bases, de atravesar todo el campo de juego de una sola vez si el tiro había sido bueno, awwww, era genial. Ni en el colegio me divertía tanto jugar a eso.
Después del softball vino una temporada de fútbol. Y contra lo que se supone que debería ser tampoco me quedaba afuera. Si necesitaban alguien para completar los once ahí estaba yo, y aunque muchas veces me tocaba ir al arco otras muchas me ponían en el medio campo, porque según mis amigos barriales tenía las “patas flacas” y corría mucho. Tero me decían cuando era chica, y durante mucho tiempo me enojaba cada vez que me lo decían, pero con el tiempo me acostumbré. Hasta el sobrenombre carecía de un costado femenino.
Y así pasé casi toda la infancia, jugando más a juegos que debían jugar los varones que cuidando bebotes adentro de un cochecito. Había que hacer casitas en los árboles, ahí estaba yo; había que saltar la alcantarilla: yo cantaba pri, y así casi siempre, salvo ocasiones en que mi mamá se daba cuenta que ya no parecía una nena y me pegaba un grito desde la ventana: vení a jugar con las chicas!
Cuando en el colegio empezaron con las “matinees”, tipo en sexto o séptimo grado fue todo un tema para mí. Veía que todas las chicas se producían y yo la verdad odiaba la ropa de chicas! Lo más femenino que mi mamá logró comprarme fue una camisa blanca, con la florcita roja del logo de una marca, Charro (se acuerdan?) bordada en el bolsillo. Esa camisa, y otra azul con florcitas blancas fueron las que me acompañaron a casi todos los bailes de la primaria, eso y dos jeans que a duras penas me ponía porque me quedaban ajustados para mi gusto: eran by deep, supongo que por eso del calce profundo no?
En fin, hasta el día de hoy, aunque ahora estoy hecha casi casi una lady, aflora de vez en cuando algo de ese costado. Es casi ley por ejemplo que si en algún momento del mes se me ocurre pintarme las uñas, ese día generalmente me agarran unas ganas locas de andar en el jardín, escarbando tierra, plantando algún plantín: al diablo con el trabajo de la manicura.
Mi mamá me contó que cuando estaba embarazada de mí, que soy la primera en mi familia, ella estaba convencida de que era un varón. Durante todo su embarazo ella y mi viejo no dudaron un instante en que yo era nene, así que toda la ropa comprada era mayormente blanca, algo de amarillo, y algo  de celeste, rosa nada. Obviamente tampoco había nombre pensado para una nena: yo iba a ser Claudio (mai god santos padres!).  Como no existía la posibilidad de hacerse una ecografía el misterio se develó justo en el momento en que nací: no era nene! Y ahora? Con la ropa no había problema, a una nena de última algo de celeste no le queda mal. Y nombre? La primer opción fue ponerme el nombre que tocaba por el almanaque: Rita, sería Rita (otra vez maiiii good: y me acuerdo de Rita Turdero la pantera de Mataderos). Hasta que mi abuela dijo: si no es Claudio que sea Claudia, y así quedó (claro, ella para vengarse del Ricarda que le habían clavado cuando nació). Soy Claudia.
Muy en el fondo creo que todo ese costado varonil que tuve vino de la profunda convicción familiar de que era nene. Tengo un costado Claudio, otra personalidad, casi casi como una especie de Dr. Jekyll y Mr.. Hyde, solo que buena.
(Ahora, si me guío por lo que el diccionario dice de mi nombre, creo que ahí, no hay psicólogo que me salve)
claudia adj./s. f. Se aplica a una variedad de ciruela redonda, verde, muy dulce y jugosa

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Tres

Hasta los tres meses de vida de un bebé hay todo un proceso de conocimiento mutuo entre él y la mamá; horas de entenderse, de saber que quiere, que necesita, tiempo para cuidarlo. Pasados esos primeros tres meses como que la cosa empieza a fluir de otra manera: sin tantos temores, más natural.
Hoy OH! , mi cuarto hijo, cumple 3 meses de vida online, porque ya tenía toda otra vida previa en mi cabeza. Y si miro hacia atrás creo que no me equivoqué. Como todo hijo también me llevó, y me lleva, tiempo  mantenerlo, pensar que quiero publicar, preocuparme porque se vea lindo... Fue todo un tema animarme a mostrar a otros lo que yo venía juntando hace meses en una oficina, contar mis historias, que otros las lean, que otros opinen.
Y funcionó, y conocí gente genial del otro lado, y está buenísimo que se genere este ida y vuelta.
Pensaron en esto? Pensaron en cuánta gente los conoce sin conocerlos gracias a un blog por ejemplo? Yo sí. Y siempre que termino de agregar un post me quedo pensando en quién lo leerá.
Tres meses no es mucho, pero a la vez  es un montón! Si cuento todo el tiempo que llevo invertido en todo el armado, casi casi me he pasado más horas trabajando en OH! de las que he pasado en mi casa. Pero a la luz de los resultados creo que valió (y vale) la pena: estoy criando un lindo hijo.
Gracias a todos los que pasan por acá día a día, a los que pasan por el facebook, y a los que pusieron su granito de arena para que OH! asome al mundo (serían los parteros digamos?).
Gracias, gracias totales!
Rebobinando, algunos de los objetos  que pasaron por OH! y que ahora arman otras historias en otros lugares...











(Igual, si no llegaste todavía quedan cosas como éstas):




Y si hay un tema que marcó todo este proceso, desde la previa, es éste, tanto lo marcó que esa frase me la tatué justo cuando empezaba a idear todo esto: tarda en llegar y al final hay recompensa.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Mamá amasa la masa

Mi mejor terapia para cuando estoy sobrepasada de “energías negativas” es ponerme a cocinar. No importa qué, la cosa es canalizar esa energía en algo productivo. Así que cuando estoy “atacada”, te pico cebolla, morrón, zanahorias, te lavo toda la lechuga y la envuelvo prolijamente, hiervo  arroz y lo dejo en un tapper, todo eso, en unas horas. Hacer eso muchas veces me salva comidas durante el resto de la semana, y en el momento me rescata de algún enojo.
Ahora si estoy extremadamente malhumorada no hay cosa mejor para sacarme ese mal humor que ponerme a amasar. Ahhhh sí!! Ahí descargo contra el pobre bollo de masa de lo lindo. Y si es en batidora la cosa, te mezclo hasta que se haga espuma, pero termino y sí, ya me siento feliz.
He comprobado, no digo científicamente, pero sí en mi caso, que los días que cocino bajo los influjos de algún estado alterado (¿?) las cosas me salen mejor. Así, si es masa con levadura, leva que es un encanto. Para la Navidad del 2009 recuerdo que tuve la feliz idea de ponerme a hacer panes dulces para regalar a la familia, con un bebé de 6 meses bastante molesto pobre. Y mi idea fue hacer un pan dulce con todas las frutas secas habidas y por haber.  Conseguir todo fue complicado así que cuando llegó el día de hacerlos ya estaba de mal humor. Así y todo preparé la mezcla de levadura + harina + agua tibia + azúcar y la dejé que leve: no solo que levó, sino que se salió del bowl y se esparció por toda la mesada. Ahí comprobé que sí, que la levadura se alimenta de mala onda. Siempre, mis pizzas más memorables, mis mejores focaccias, mis pancitos de leche más tiernitos han sido producto de amasados que hago cuando estoy fuera del ying y el yang digamos.
Para el cumple de Lola, programé tantas cosas para hacer (decoración, cartelitos, tortas, etc etc etc) que me fui de rosca. Llegué al día muerta y todavía me faltaba cocinar. Hice unos cupcakes que me salieron buenísimos (modestia aparte), y todavía, hasta hoy no me han salido tan ricos porque seguro no los he hecho bajo presión.

Mirá que lindos! Arriba: vainilla + dulce de leche. Abajo: pera y caramelo. Platos y posaplatos OH!
Este fin de semana, el viernes para ser más exactos, fue un día de esos en que querés desaparecerte por un pozo cual minero chileno (y que después te rescaten obvio y salga todo lindo). Así que llegué a mi casa y a las seis de la tarde me puse a amasar pizza.
La receta de la pizza pueden buscarla en el blog de M, con copyright del pintor. Mi masa de pizza es a base de la harina que ya viene con levadura incorporada (alabada seas!): ½ kilo de harina + sal parrillera +  ¼ pocillo de aceite (si es de oliva mejor) + pizca de azúcar + agua en cantidad suficiente, lo que te pida la harina digamos (la harina te pide, escuchála). Con eso te salen dos pizzas a la piedra  de tamaño respetable y me alcanzó para un calzón (horrible nombre pero Italia lo bautizó así que querés que te diga). Así que hice estas combinaciones:
Opción 1
·         Base de tomate fresco procesado con orégano + ajo
·         Un queso cremoso respetable (y acá, aunque me lluevan críticas déjenme decirles que a mí la pizza con muzzarella medio que no me va: prefiero un buen queso mantecoso)
·         Queso gruyere rallado
Opción 2
·         Cebolla caramelizada (doradita hasta antes de que se queme digamos): muuucha
·         Jamón crudo
·         Queso cremoso
·         Tomates secos hidratados con aceite y alguna hierba
Y para el mal nombrado lo rellené con esparrágos, los dos quesos, restos de jamón crudo y un poco de cebolla. Lo cerrás como una empanada gigante y por arriba granos de sal. Al horno. Genial.
Por eso te digo: como las masas se alimentan de mala onda tengo miedo de que un día, llegue, me ponga a amasar y la levadura termine rebalsando de tal manera que llegue a otras ciudades. Tené cuidado: quizás un día de estos un monstruo de pan salga de la ciudad de Chascomús.
Ahí están horas de estrés metidas!

Cebolla

tomates hidratándose + jamón crudo

mis hierbas esperando la guillotina

jueves, 10 de noviembre de 2011

El perro de ojos rojos

Cuando estaba en la primaria había formado un grupo de amigas con las que compartíamos más o menos las mismas cosas: todas escuchábamos a Luis Miguel, amábamos a Pablito Ruiz (sí gente, el blog sirve para exorcizar viejos demonios también, lo confieso), éramos bastante poco femeninas (siempre en el pan y queso los varones nos llamaban primero a nosotras) y nos encantaba hacer campamentos. Una del grupo tenía una carpa y un patio lo bastante grande como para instalarnos ahí, así que cada diez o quince días le plantábamos un camping en el patio y jugábamos a la supervivencia por una noche
A mitad de séptimo grado y para festejar que estábamos por terminar la escuela decidimos hacer un campamento de más días y en otra locación. Otra de mis amigas escolares vivía en una casona con un parque gigante, en la otra punta de la ciudad, rodeada de casas quintas, y… cerca del cementerio.
Con la aprobación de los padres el día indicado cada una armó sus cosas y partimos a la casa. Esta vez la cosa no era en carpa, era en una especie de casa rodante, que se llama batán, así que llegamos a la quinta, nos armaron el hogar y nos dejaron. Obviamente cuando hacíamos campamentos por más que fueran en una casa no dejábamos que nos ayudaran demasiado, aunque siempre los padres cuando nos veían comiendo fideos todos pegados se compadecían y nos alcanzaban un sándwich de milanesa obviamente.
Así que armamos todo, y salimos de recorrida por la zona. El lugar repito, en esa época, era en el medio de la nada, terrenos baldíos llenos de monte, alguna que otra casa quinta, poco humano en varias cuadras a la redonda. Humano vivo digamos, porque a 3 cuadras empieza el cementerio.
Enfrente de la casa había un monte tupido, imposible de entrar si no era a fuerza de ir quebrando ramas. Lleno de enredaderas, poca luz del sol, y en ese lugar bien escondido de la vista de la calle teníamos una casa, una choza, de hojas de palmera, y troncos de árboles atados. Ahí pasábamos buena parte de los días en que íbamos de paseo a la casa de A. Ese día, el del campamento estuvimos como siempre casi toda la tarde ahí y cuando llegó la tardecita salimos de excursión nuevamente y llegamos caminando al cementerio, que tiene un parte que se cierra y otra que está en permanente construcción (para no decir crecimiento, que me parece bastante negro). Esa parte queda abierta y ahí es por donde fuimos a pasear. Pasear es una forma de decir: imaginen un grupo de 6 o 7 chicos de 11 años, gritando como locas y asustándose unas a otras hasta terminar corriendo, huyendo despavoridas por las calles.
Cuando llegamos al campamento, estábamos todas muertas de miedo. Nadie quería salir para cocinar, nadie quería buscar agua para el arroz, nadie quería quedarse sola. Así que nos mantuvimos encerradas en la carpa comiendo galletitas, y tratando de pensar en otra cosa.
A. tenía muchos perros, y entre tantos que tenía había uno negro, completamente negro, raza perro, bastante grande que cuando volvimos del paseo estaba echado en la puerta del batán. En un momento vaya  uno a saber porqué el perro comenzó a aullar como loco, sin parar. A. le gritaba desde adentro de la carpa; todas le gritábamos y el perro más aullaba. R. decidió abrir la puerta y salir a calmarlo: estaba parado a contraluz de un farol mirando el batán, y entre las sombras de la luz y el color del perro alguien alucinó que el perro tenía los ojos rojos: el perro diábolico gritamos todas!!!!  Y empezó un griterío terrible, el perro que aullaba, algunas que se habían largado a llorar, que terminamos despertando a la madre, el hermano y la abuela de A.
Todo acabó con el perro encerrado y nosotras durmiendo todas juntas, en una habitación, adentro de la casa. Nunca más hicimos excursiones nocturnas.
La casona de A. se vendió, y ahora hay ahí una hermosa hostería que conservó la casa y todas sus instalaciones. Cada vez que paso no puedo evitar pensar en ese día y en el exceso de imaginación que tiene uno cuando es chico, por suerte.
Esta era la casa de A.

Así está hoy: igual que ayer

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Pasen y vean

Qué hoy por acá encontramos cosas como éstas (mañana, mañana volveremos desde la redacción)
Juego de bolws + frutera, de cuando tu abuela servía la ensalada de frutas en Navidad

Genial diseño


Pomeleras de cristal labradas al ácido. No digas que no son un amor!

Ribeteadas en oro.


Y este, este me dan ganas de llevármelo a casa

Juego de platos masiteros, ingleses of course, que no pueden más de lo lindos que son!

Los querés? sino me los llevo yo

martes, 8 de noviembre de 2011

Yo quiero Vienissimas!

Ya conté en otro post una de mis experiencias laborales. Pero mi ingreso al mundo de la población económicamente activa ocurrió bastante antes, a la edad de 15 o 16 años.
Como toda adolescente cada vez que llegaba el fin de semana, necesitaba imperiosamente tener algo nuevo para estrenar: zapatos, un jean, una remera, algo. Durante algún tiempo, corto, mi mamá accedió a comprarme alguna cosita cada fin de semana, pero llegó un momento en que tuvo que poner freno a mi adicción al placard y cortó el flujo de dinero necesario. Qué hacer? Trabajar. Y me veía con billete propio y de ahí a llevarme todas las remeritas del estante del local de moda había solo un paso.
Tanto insistí con mis ganas de ser independiente económicamente que me dijeron: ¿vos querés trabajar? Bueno, yo te voy a conseguir un trabajo.
Y no sé de donde habrá salido el contacto pero a los pocos días me encontré con un delantal blanco, subida a una camioneta con un tráiler que llevaba puestitos móviles de panchos, que se ubicaban en diferentes lugares sobre la costanera de la laguna.
El primer día que trabajé me tocó en un lugar sobre la laguna por el que no pasaba nadie, nadie pero nadie eh. Siempre hay algunos lugares menos frecuentados que otros, y la laguna tiene ciertos sectores que en verano se ponen como las playas del casino en Mar del Plata y otros más tranquilos, como el que estaba ese día. Recuerdo que en esa época mi vieja tenía un ciclomotor y pasó no sé cuantas veces a ver como estaba, y me miraba con cara de “hasta cuando te va a durar estas ganas de tener plata?”, y me preguntaba si me quería quedar, y como yo decía que sí, se iba. Así fue todo ese larguísimo primer día.
Al otro día me tocaba en otro lugar de la costanera. Como conté más arriba hay lugares sobre la laguna que concentran toda la movida de la tarde: ese día me tocaba en uno de esos lugares. Y yo, que quería trabajar, pero que no dejaba de ser una adolescente, no quería que nadie me viera con un delantal, vendiendo salchichas. Estupideces de joven, pero así funcionaba. Clamé y clamé porque me asignen a otro puesto y finalmente me cambiaron. Llegué a otro parque, que también estaba lleno de gente y armé el puesto, tratando de pasar lo más desapercibida posible. Me pasé toda la mañana armando panchos y viendo que el día iba a estar movidito en un rato de descanso me puse a recargar el calentador para el agua de la bandeja donde van las salchichas. El calentador era de esos que se usan en las fondues, que llevan alcohol generalmente. Así que lo revisé y viendo que estaba vacío me agaché a llenarlo de alcohol. Claro, estaba vacío pero caliente. Fue un segundo que tiré un chorro de alcohol y pummmm! Explotó todo. Voló el resto de la botella por el aire, voló el calentador,  volaron pedazos de salchichas y panes y se enteró todo el parque. Se armó un revuelo terrible, vino el dueño del puesto, vinieron mis viejos, y terminé en la guardia del hospital, sana y salva, sin cejas casi pero sana.
Ese fue mi segundo y último día de trabajo. Renuncié. Y si no hubiera renunciado creo que me hubieran despedido:  destrocé todo el puesto en menos de dos días de trabajo. Y si en el peor de los casos no me hubieran despedido ya estaba decidido en mi casa poner fin a mi locura independentista.
Nunca más supe nada del que fue mi jefe hasta hace un tiempo. Un par de meses atrás mis viejos, buscando un vajillero para reciclar se lo encontraron en una casa de remates, y mi papá, que si algo tiene es que no se olvida nunca de las caras, se acordó enseguida de quién era. Le contó, se rieron un buen rato de mi experiencia piromaníaca y me llamó para avisarme donde encontrarlo.
Hoy él es uno de los principales proveedores de las cosas lindas que ven en OH! Y si algo debo agradecerle aparte de eso es que gracias a él  que descubrí que las salchichas tienen mala fama: hacerlas no es para cualquiera che.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Gracias Quiroga

En mi vida como lectora hay dos cuentos que marcaron un viaje de ida. Dos cuento que leí estando en séptimo grado creo, que venían dentro de esos libros con cuentos compilados que se usan en el colegio, con espacio para hacer tareas, análisis de oraciones y demás.
Esos dos cuentos venían juntos, uno primero, el otro después, como parte de un apartado del libro en una sección de “literatura fantástica”.
Primero estaba “Los espías”, cuento escrito por Manuel Mujica Lainez allá por el ’78, un cuento corto que durante varios días después de haberlo leído ocasionó algunas pesadillas con gusanos y extraterrestres y del que años después, me volví a acordar cuando vi la obra de Botero, ese pintor que pinta figuras obesas.  Ni bien terminaba este cuento, con un espacio para hacer unas tareas venía “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga.
Si el primero me causó algo de miedo, el segundo mai god!, con el segundo creí morir. Y cuando llegué ese día del colegio lo primero que hice fue revisar que mi almohada no tuviera plumas en su interior (si no lo leyeron y son fanáticas de los edredones suavecitos y las almohadas livianas no lo hagan; quizás terminen revoleándolas por la ventana).
Esos cuentos despertaron en mí  fascinación por la literatura de terror, los cuentos fantásticos, todo lo que tuviera algo de misterio.
Con la llegada de las vacaciones de verano, y gracias a la bendita Biblioteca Popular, me convertí en una adicta a los cuentos de Agatha Christie primero , después pasé a leer Edgard Alan Poe (y ahí ya me la pasaba leyendo como loca: El corazón delator, El gato negro, El retrato oval, la caída de la casa Usher, los crímenes de la calle Morgue, el tonel del amontillado, el retrato oval, la verdad sobre el caso del señor Valdemar, y un par más del que no recuerdo los nombres), y agregué también a H.P. Lovecraft, autor que no se si era muy conocido, porque me costó conseguir libros de él acá en mis pagos.
Así pasé buena parte de mi niñez y de mi adolescencia: leyendo, leyendo historias de suspenso y de terror como loca.
Con la llegada de las obligaciones como adulto abandoné un poco el hábito de la lectura, pero descubrí que podía ir al cine a mirar películas de terror sin taparme mucho los ojos. Recuerdo haber visto “Los Otros”, la remake de “El exorcista” y   “El exocismo de Emily Rose”,  entre otras muchas en pantalla gigante, sufriendo como una condenada, pero firme en mi butaca: lo que se dice una verdadera masoquista, pero fiel a mis ideales.
Ahora estoy en una etapa de mi vida en que ir al cine es una utopía, casi casi imposible (fui ahora para mi aniversario de casada y  calculo que hasta alguna fecha de ese estilo nadie se ofrecerá a cuidar a tres pequeños diablos ), pero descubrí que puedo seguir sufriendo y padeciendo a través de la tele, y me volví fanática de toda una saga de series con nombres parecidos y el mismo argumento. Te puedo decir que me miro CSI, CSI Miami, NCSI, Criminal Minds y Unforgettable; todas las noches mientras hago dormir a Lola, y ante la mirada algo sospechosa y desorbitada de marido (que no sabe si es preferible que lo torture con El Gourmet y Utilísima o que termine como alguno de lo personajes de las series jeje) me sumerjo y viajo con algún agente del FBI a descubrir quién mató a quién, a hacer autopsias, a analizar pistas...
Quizás debería haber estudiado medicina, pero mi hermana menor, que está estudiando eso me ha contado cosas que ha visto en las prácticas , que no se si resistiría verlas en vivo y en directo.
Estudié Relaciones del Trabajo, recursos humanos para hacerlo más conocido, y es una forma de desmenuzar gente también: se supone que haciendo entrevistas laborales o leyendo tu cv por ejemplo yo debería descifrar algo de tu persona que me lleve a decidir si sos o no el adecuado para ese puesto de trabajo. Como una especie de cirujano sin bisturí digamos: guarda conmigo eh.
Y eso;  te decía que todo este viaje empezó por haber leído a Quiroga y su almohadón de plumas, leélo, animáte, y si tenés almohadas de plumas mejor sacálas de la cama.

En otro orden de cosas no se si viste esto, que era tan lindo. Ah, no lo viste? Qué pena! Se vendió.




viernes, 4 de noviembre de 2011

Friends to be friends!

No, no me equivoqué de fecha, ni estoy viviendo con otro calendario diferente al del resto de la gente.
Sé que hoy no es el día del amigo. Pero siempre digo que no hay día del amigo (al margen de que me gusta el festejo y toda la tradición): el día del amigo es todos los días, y hoy me levanté con la idea de hacer un post en honor a mis amigas.
Mis mejores amigas no son muchas, pero cada una y a su manera son geniales.
A todas y a cada una de ellas les agradezco infinitamente por un tantos e incontables buenos momentos, por mensajes a tiempo, por haberme prestado una oreja, por haberme dejado ser confidente cuando estaban mal, por esa química inexplicable que hace que de repente no estando juntas se nos ocurran las mismas cosas, por haberme hecho parte de sus vidas, por formar parte de la mía….
Y pasan los años y seguimos juntas, y vamos haciendo camino a la par: estudiar, casarse, tener hijos, y que los hijos de ellas sean amigos de los míos y así, y quizás con suerte ellos repitan la misma historia que nosotras.
El post de hoy también fue inspirado porque en el día de la fecha, una personita muy especial cumple un añito. Hace un año una de mis mejores amigas estaba dando a luz a quién llena de luz hoy su vida, después de una historia difícil. Y nació, y curó tantas heridas que es imposible no pensar que es una beba especial. Cómo no alegrarme si una de mis amigas está feliz????
Así que hoy, por más que no sea el día del amigo: Gracias, gracias totales!!!!!
Las quiero.


jueves, 3 de noviembre de 2011

Sin frenar

Hace unos días Ceci hizo un post sobre el primer recuerdo del que uno tenga registro de su infancia.
Y me quedé pensando cuál es el primer  recuerdo del que conservo imágenes.
Mis viejos habían decidido hacer un casa, la cual conservan hoy en día, en un barrio no muy cercano al centro de la ciudad, lo que hizo, y hoy hace también, que nadie se preocupe por asfaltar esa calle, que era y es hoy todavía, de tierra (hoy agradezco la lejanía del casco principal de la ciudad sino: imposible tener una planta de damascos en la vereda)
Calle de tierra, muchos terrenos baldíos, llenos de árboles, y unos enormes zanjones que atravesaban todas las veredas, por donde escurría el agua cuando llovía. Y digo enormes, porque de verdad eran enormes: imaginen una cuneta de 1 metro y medio de ancho, por casi lo mismo de profundidad en la vereda de tu casa.
Recuerdo que alguna Navidad algún Papá Noel se apareció con un triciclo, que no se si era nuevo o herencia de algún tío porque ahora miro las fotos y está bastante maltrecho como para haber sido 0 KM, pero yo con mi triciclo era feliz.
Tenía un recorrido marcado casi de memoria: salir de mi casa, ir por la vereda hasta la casa de mi vecino, cruzar por el puente ancho la cuneta, agarrar por la calle, frenar un poco y subir por mi puente hasta la vereda de  mi casa.
La adrenalina aparecía justo al tener que subir por mi puente, por eso frenaba antes para juntar un poco de coraje. El puente de mi casa en esa época era para pasar caminando digamos. Si llegaba a tener 2 metros de ancho era mucho.  Y a la edad de 4 años que supongo tenía maniobrar un triciclo para cruzar por ahí era toda una aventura. Así iba entonces dando vueltas, y vueltas, y más vueltas haciendo el mismo camino. Y cada vez que cruzaba por mi puente jugaba a pasar más cerquita del borde hasta que mi mamá se asomaba por la ventana a pegar un grito: te vas a caer!!
Pero no había advertencia de madre que pudiera asustarme lo suficiente como para dejar de cruzar el puentecito a toda velocidad “triciclística”.
Un día de pleno verano, después de una lluvia abundante salí a pedalear. Vereda, casa de vecino, calle… y no frené.  Como venía doblé para tomar mi puentecito y con el barro patiné: fui a parar con triciclo y todo adentro de la cuneta repleta de agua. De lo último que me acuerdo fue del grito de mi vecino, de alguien que se tiró al agua a sacarme, y de que yo en todo momento seguí agarrada al triciclo cual salvavidas. Nunca lo solté, me sacaron agarrada de mi amigo de tres ruedas, y aunque me asusté y mucho, estaba feliz. Creo que lo tengo más presente es la sensación de felicidad que tuve cuando crucé el puentecito sin frenar.
Muchas más veces crucé el puentecito sin frenar, y muchas más veces fui a parar a esas cunetas, pero ninguna, ninguna igualó a la primera: es obvio, las primeras impresiones son las que cuentan.

martes, 1 de noviembre de 2011

100% OH!

Por OH! pasan cosas como estás:

Compoteras en loza inglesa...

Masiteros, bandejas, tazas...

Algo de color, intenso

Un toque de plateado...

Nos ponemos románticos con este diseño shabby...

Viajamos a Oriente...

llegamos a China...

y ommmm!



(De vez en cuando tengo que recordar que esto es Objetos con Historias)