viernes, 27 de enero de 2012

Au revoir

En este sencillo acto te aviso que me tomo unos días de vacaciones, en sí no son vacaciones viste. Serán días de mucho trabajo materno lo cual no deja de ser divertido.
Te veo a la vuelta.
Pd: en el face siguen habiendo cosas lindas para mirar, digo, por si extrañás.

jueves, 26 de enero de 2012

Guarda que vengo

No me gusta manejar autos. Creo que lo dije no? Te ando perfecto en la bici, me la re ingenio con un ciclomotor pero auto no. No hay feeling con el cuatro ruedas, o no había mejor dicho y dándole una chance a esta relación incipiente.
Aprendí a manejar con mi marido, cuando ya andaba por los veinti y pico, grandecita digamos, en un 205 con el que me llevaba bastante mal. Esto de no gustarme hacía que tampoco prestara atención y mi pobre esposo se gastaba explicando y dando instrucciones que yo nunca escuchaba. Pese a su insistencia de que si ponía interés iba a ser un trámite que me largue a las calles porque salía perfecto sin que se pare el auto (cosa difícil según dicen los que saben), nunca pude dejar de andar por las calles de atrás del Polideportivo porque me daba pánico salir a la costanera y que se me cruce algún otro vehículo. La verdad: a la cuadra de salir yo ya me había olvidado que para pisar el freno hay que pisar el embrague, y pensarlo todo junto se me hacía imposible.
Cuestión que largué el aprendizaje. Años después marido cambió el pequeño auto por una camioneta y ahí dije: nunca más te agarro vehículo.
Con el paso de los años, la mudanza a una zona más alejada del centro de la ciudad y sobre todo, el crecimiento demográfico que hubo en mi familia, mi querido esposo comenzó con una tarea digamos de “taxista”: lleválo a Val allá, buscálo de allá, traéme esto del centro y etcéteras varios.
-Tenés que ponerle onda y sacar el registro. Intentá agarrar la camioneta que tiene dirección más livianita- me repetía incansablemente.
Así pasaron meses, meses, meses. Con el inicio del 2011 me y le prometí que iba a poner mi mejor voluntad, la mejor que encuentre hurgando entre mí, para ver si prestaba un poco más de atención al tema, siempre y cuando, las clases de manejo no fueran de una vez al mes porque obvio ahí, actuaba mi alzheimer y me olvidaba de todo.
Yo pongo voluntad, vos me largás la camioneta mínimamente una vez por semana o como mucho cada 15 días.
Así arranqué con el mastodonte. Le puse onda la verdad, intenté recordar y dejó de asustarme que venga un auto atrás por ejemplo. Pero, siempre hay un pero, mi media naranja se olvidó de la otra parte de su promesa, y las clases se distanciaron tanto en el tiempo que llegó el fin: no intento aprender más hasta no tener un auto. Para qué gastar voluntad en algo que encima que no me gusta  no le puedo dar uso efectivo porque no tengo vehículo????
Hace poco más de 3 meses llegó un día a casa y me dijo –te compré un auto, te lo dan mañana, ahora no te quedan más excusas. Chan!
Así fue que llegó el viernes y me dejaron un Ford Ka usado,  autito chiquito, bien de mina, estacionado en la oficina. –Y porqué acá?, que lo lleve a casa- 
-O lo llevás vos, o duerme acá afuera-
Y así fue como ese día me vine manejando por las calles del centro de la ciudad, después de meses de no agarrar vehículo alguno. Yo que creía que mi cerebro no registraba más que palabras emitidas por mis hijos, me di cuenta que todavía tenía memoria. Recordé como pasar cambios, frené en las esquinas, miré por los espejos retrovisores. Impecable.
Un mes estuve manejando todos los días de casa al trabajo, y viceversa, sin registro porque el miedo a dar el examen de manejo me superaba. Cuando la situación ya se tornó muy ilegal empecé a tramitar los papeles. Oculista, clínico, aranceles. Estudié para el examen teórico y me presenté al práctico con tanto pánico como el día que fui a dar el final de Procesal creo.
Aprobé. Y ahora soy la propietaria de un carnet de conducir, una cédula verde y una azul. También sumé conocimientos varios como que la prioridad de paso siempre la tiene quien viene por la derecha si las calles no son avenida, y que en las rotondas siempre la prioridad la tiene quién va a salir de ellas. De la experiencia en general puedo decir que si aprendí yo, persona que detesta -ba manejar, puede aprender cualquiera.
Eso sí, cordones de la vereda, agárrense. La materia estacionar todavía la estoy cursando.

(Las fotos digitales en los documentos son tannn lindas. Tengo ojos eh! solo que quedaron por ahí abajo)

lunes, 23 de enero de 2012

1990

El sábado a la noche, mientras devolvía los equipos de música que había usado mi hermano en su mini recital lagunero (que por cierto estuvo tan bueno) pasé por un lugar por donde hacía años, muchos años, que no pasaba.
Yo conté que mis viejos no viven en el centro de la ciudad. Viven cerca de un club, a pasos  de las vías del tren. Cuando yo tuve la edad suficiente como para hacer 9 cuadras sola  a las 7.30 de la mañana comencé a ir al colegio  caminando por ahí. Me había trazado un camino corto que incluía caminar media cuadra por las vías del tren, bajar, y agarrar las calles por atrás del club. Si cierro ahora los ojos te puedo decir sin equivocarme que hay en cada cuadra. Casi 5 años hice el mismo camino. En invierno a veces lo variaba y evitaba el cruce de la vía, porque habia que animarse a caminar sola, de noche por la vía pegada al terreno baldío eh! pero si estaba con poco tiempo agarraba por ahí y cruzaba corriendo evitando pisar los rieles.
El club fue mi lugar de juegos durante muchos años. Ahí fui a clases de destreza deportiva y aprendí a hacer la vertical puente, y pienso que antes me doblaba tan fácil y era tan ágil que ahora me doy vergüenza (intentaron hacer por ejemplo la medialuna  la par de sus hijos; yo sí, y no pude). En el club jugábamos al vóley, corríamos por la cancha de fútbol, y mirábamos tenis. Ese club me regaló mi primer recital de Soda Stereo, y nunca más me lo voy a olvidar. El día que vino Soda a Chascomús había más gente parada sobre las vías del tren pegadas al club mirando, que gente dentro de la cancha viendo el recital. Soda cantaba “De música ligera” y una multitud saltaba… sobre las vías del tren. Yo recuerdo estar en el techo de mi casa, reposera incluída, mirando todo desde esa ubicación privilegiada. Obviamente Cerati juró no volver más a tocar en mi ciudad. Todo por culpa de gente como yo, que no pagó la entrada y vio un tremendo recital desde las vías del tren o desde los techos.
Yo tendría 10 u 11 años creo. Y ansiaba verlos tocar porque en el colegio me había hecho amiga de una chica más grande que yo, que llevaba walkman al colegio (una adelantada!) y escuchaba Soda Stereo en los recreos. Un día, mientras yo miraba fascinada ese aparatito, me dijo querés escuchar? Y me lo prestó. Escuché “me dejarás dormir al amanecer entre tus piernas…” y creo haberme puesto bordó. -"Es Soda Stereo"-,  me dijo. Y ahí los conocí. Por eso el día que vinieron aunque no convencí a mis viejos de que me lleven al club, si logré que me dejen subir al techo a mirarlos. Todo, gracias a mi amiga “la francesita”.
Este sábado, cuando anduve por ahí, juro que me ví caminando por esas calles, corriendo por la vía, y miré el paredón del club y me agarró tanta nostalgia. Es loco no, que uno deje de pasar muchos años por un lugar, y vuelva a pasar y recuerde todo tan claramente.
Nostalgia, mucha. Anclado en 1990 dice un tema de Soda. Así me quedé yo.

lunes, 16 de enero de 2012

Puro masoquismo.

Siendo las 8:50 de un lunes caluroso me visto para ir al gimnasio. Hace 25º a esta hora de la mañana y mientras me calzo una zapatilla sufro pensando en lo que me espera: 60 minutos a puro pedaleo en una clase de spinning, o indoor cycle, o en criollo: una bicicleta con carga que vas variando de acuerdo al ritmo de la música y a las indicaciones de una profesora.
Definitivamente hay un costado masoquista en querer someterme a esta tortura en pleno enero. Pero la culpa que arrastro desde Navidad puede más y allá voy.
Cuando llego confirmo que el gimnasio no es el mejor lugar para estar en este momento. No hay aire, la clase es en un  primer piso donde pega el sol y los ventiladores no dan a basto para paliar un poco el clima.
No hay botellita de agua mineral que ayude: el medio litro desaparece en mitad de la clase y yo pienso que voy a morir.
Intentado buscarle el lado bueno a semejante padecer me consuela pensar que al menos el turrón blando y el paquete de maní con chocolate no van a dejar tanta huella. Siendo sincera no busco mucho más: nunca voy a tener el ir de la Cirio por ejemplo: ahí no hay indoor cycle que valga, eso requiere bisturí señores, pero si puedo evitar que la fuerza de gravedad siga haciendo de las suyas bienvenido sea; no pido más, solo pido que lo que está no se caiga.
Miro el reloj, diez minutos para terminar. Traducido a clase son como 3 temas más arriba de ese asiento. -Vamos que terminamos la vuelta- Arriba! No hay arenga que pueda con mi cansancio. Pongo pilas y subo, cargo la bici, pedaleo. Fin.
Me bajo hecha un trapo: no creo que Dolores Barreiro se vea en ese estado cuando termina una clase. 
Salgo de ahí, ducha y camino a la oficina me engullo un alfajor.
Listo, ahora sí, soy feliz.
Como arruinar una hora de esfuerzo en tan solo 5 minutos? Así, como hago yo!

martes, 10 de enero de 2012

Mónica

El sábado a la mañana hacía la limpieza de mi casa. Yo, franela en mano, repasaba muebles del living. Lola iba y venía por ahí.
Siempre que de repente dejo de escuchar a alguno de mis hijos es porque están planeando alguna travesura. Dejé de oir el ruidito de sus sandalias en la cocina así que me asomé a ver donde andaba.
La veo con un repasador en la mano y el lustramuebles, haciéndose la que limpiaba frenéticamente las sillas de la cocina. Un año y 3 meses tiene Lola. La miro y me quedo pensando. Qué imagen tiene mi hija de mí eh!
Hay cosas que hablan de mí más o con la misma fuerza que otras. La obsesión por la limpieza es una, de la que de a poco estoy intentando salir digamos. Nunca podría irme al otro extremo por ejemplo, pero sí intento relajar un poquito el tema porque nunca termino de disfrutar, menos con tres niños pequeños en casa.
Podría decir sin lugar a dudas que Ayudín me debe parte de su facturación anual por ejemplo. Que Ballerina y la marca de rejillas que no recuerdo el nombre ahora también. Puede faltar cualquier cosa en mi casa menos lavandina diría. Y las rejillas con suerte llegan a durar 4 semanas, un mes, cansadas de  permanecer sumergidas en una mezcla de cloro y Procenex, de diferentes olores, porque voy variando, todo el día. Yo era de las que iba a una casa y si veía la rejilla de la cocina medio “oscurita” y  te tenía confianza, enseguida te la sumergía en un tupper con lavandina y agua caliente. Si no te tenía confianza sufría en silencio por la rejilla sucia. A fuerza de años de contener el impulso he logrado no inmiscuirme en la intimidad de las cocinas amigas, pero no me pidas que no sufra eh.
Mis días de mala onda o los descargo amasando (ya he hecho otro post al respecto) o los descargo limpiando. Ah sí. Si estoy de malhumor ponéme música a un volumen considerable y dame trapo de piso, rejilla, cif, lavandina y demases que al toque soy feliz de vuelta. El súmum de mi felicidad es cuando termino de limpiar y siento el olorcito del Cif en la cocina, la cera en los muebles, las cortinas con perfumina…
Sí, llamáme loca si querés. Yo lo asumo. Un amigo cercano suele llamarme Mónica (la de Friends), y digo cercano porque es de los que me ha visto pasando Cif antigrasa al horno mientras el resto hacía la sobremesa.
Ahora la veo a Lola, y a veces a Beni, agarrando escobillones y trapitos, y no sé si reirme o largarme a llorar mirá. El ser “fregón” (como me dice mi vieja) suele tener aristas crueles te digo. No siempre te toca un compañero de cuarto limpito en los viajes de la escuela por ejemplo. Ni que hablar que si vas de campamento la que termina limpiando todo sos vos obviamente, porque aunque intentás quedarte en la onda hippie, de repente te asoma el costado “Magistral” y le das brillo a todas las ollas que encontrás tiradas.
No importa. En el “mientras tanto” miro embelesada a esta enana de menos de 1 metro que apenas camina, con un Blem en la mano y un trapito en la otra, y mi ego se fue cerca de las nubes: mi gen Ayudín hizo su trabajo jeje. Ya tendré tiempo de arrepentirme.

viernes, 6 de enero de 2012

Verano

Cuando llega la época de verano compruebo porqué mi viejo suele decirme que  “no hay nada que te venga bien”.  Me gusta el verano por ejemplo, pero no el calor excesivo, me gusta que anochezca tarde, pero no que anden mosquitos; me gusta que el sol le gane a los días nublados, pero odio ver mi césped cuando se empieza a resecar por la falta de agua; me gusta la pileta, pero odio que el cloro te deje en estado de terapia intensiva el pelo y los ojos. Digamos que me gusta “la idea” del verano: vacaciones, amigos, relax. Claro, es la idea de mi verano 10 puntos. Pero aparece la realidad y con ella un  dardo certero que  pincha mi globo de verano feliz. Mi verano no es de relax, ni de vacaciones hasta ahora. Mi verano es con horarios de oficina, 3 hijitos en casa, corridas, pocas energías y sí, algo de pileta porque el calor es equitativo y agobia a todos, tengas o no un verano 10 puntos.
Sí afirmo que las tardecitas de verano justifican la parte de esta estación que me encanta. Me gusta el poder estar de remera y shorts aún siendo las 8 de la noche, sentarme en el jardín con un mate a escuchar música sin tener que salir corriendo a buscar abrigo. Ni que hablar si, como anoche, el mate se extiende y sale un asado improvisado con amigos, sentados en la mesa armando lomitos, mientras media docena de niñitos corretean por el jardín.
Hoy cuando desperté “Los Reyes” ya habían hecho su pasada mágica por casa, y tenía un revuelo de papeles de regalo esparcidos por el living.
 - No me dejaron la metralleta ni la moto a control remoto-
-  Y bue Valen, a veces los Reyes no dejan lo que uno quiere-
-Sí, los perdono porque creo que son pobres. Papá Noel tiene más plata. Lo bueno es que les gustó el pasto que les dejé. En la carta que me dejaron me dicen eso.
-Te dejaron una carta?
-Sí,  dicen que nos portemos bien, y hagamos caso a los papás.  ¿Cómo saben todo los Reyes?
Y sin más, salió al jardín y se puso a jugar con el juego nuevo.
-Vení Beni a jugar! Hay que compartir. Nos están vigilando!

miércoles, 4 de enero de 2012

Yo estuve acá

Siempre desde chica tuve la idea de que tenía que dejar una huella en mi paso por el mundo, algo, lo que sea, que le diga a quién lo encuentre, que yo estuve acá.
No me refiero a algo memorable  (si viniera mejor), me refiero a detalles, cosas que hablen de mí.
Así, por ejemplo, durante mi paso por los departamentos que habité mientras vivía en Capital, cada vez que me mudaba sentía que el que viniera a vivir ahí tenía que saber quién había habitado ese lugar. Y las dos veces que me mudé dejé algo escrito, en el fondo de un cajón en el placard, en una repisa en el botiquín del baño, contando quién era, cuántos años había estado ahí, y en el último que estuve, del que me mudé para venir a vivir acá, le agregué un “acá fui muy feliz” (obvio, ahí pasé todo el embarazo de mi primer hijo).
No sé si alguna vez habrán encontrado lo que escribí (y si los dueños están leyendo esto sepan disculpar que les haya rayado un cajón eh), pero yo sentí que así alguien iba más se iba a enterar de mi existencia.
Digo que desde chica me pasa esto porque hace varios años atrás, varios, digamos que más de 20, en una fecha como ésta, días previos a la víspera de Reyes, recuerdo que estaba con mi hermano bajo el árbol de paraíso en la vereda de mi casa.
 ¿Y si enterramos nuestro, que quede ahí para que otro lo encuentre alguna vez?
Y así fue como excavamos un pocito bastante hondo, doblando cucharas de sopa. Ahí adentro, en una bolsa de naylon, fueron a parar un caparazón de un caracol de mar, con una notita con nuestros nombres, y un par de juguetes viejitos. Tapamos el pozo y ahí quedo todo. De vez en cuando pensaba en excavar para recuperar el tesoro, pero pasaron las semanas, los meses y nos olvidamos. Un par de años después mi viejo hizo vereda sobre todo ese sector y ahí supe que mi mensaje iba a quedar enterrado ahí para siempre, a menos que rompa la vereda.
Quizás en un par de años si la naturaleza no logró degradar la bolsa,  alguien lo encuentre, y se entere que ahí estuve yo, que jugaba con ese juguete.
Es como esos mensajes que se tiran al mar en una botella. Saber que detrás de eso hay alguien que se tomó el trabajo de escribirlo, de tirarlo al agua para que otros lo encuentren...
Una huella, una señal de que uno estuvo, de que uno está, un poco de mi historia, para que otro la conozca, nada más ni nada menos que eso