sábado, 25 de febrero de 2012

Sala amarilla

Esta es la segunda vez que atravieso por la etapa de que un hijo comience el jardín.
Hoy es sábado, y pienso que en tres días la vida de Beni va a pegar un giro. Pasaron casi tres años desde que nació, y lo que hasta hoy fue una vida despreocupada, sin horarios, con la posibilidad de, por ejemplo, dormir hasta que se le de la gana, a partir de la semana que viene comienza a cambiar.
No digo que drásticamente cambia. Obvio que se que el jardín es una etapa hermosa, que ellos la súper disfrutan, que les hace bien y todo eso. Yo, como mamá, y adulto, sé, lo vivo como el fin de la etapa libre digamos. Beni comienza su inserción en el mundo real por así decirlo. Un mundo donde hay horarios que cumplir (aunque en el jardín no sean tan estrictos con eso), reglas y turnos que respetar, cosas que compartir…
Cuando mi hijo más grande empezó el jardín sentí como una gran nostalgia, no sé bien como explicarlo. Lloré a escondidas el día que lo vi con su guardapolvo y la bolsita arrastrando por el piso. Ahora lo veo a Beni, que apenas vio su guardapolvo me dijo –poné a Beni - y vuelvo a sentir lo mismo. Empiezan a despegar.
Tan feliz estaba con su uniforme rojo y un gran moño amarillo en el cuello que me dio culpa mostrarme triste. No estoy triste Ben, estoy como decirte, melancólica. El comienzo del jardín es el inicio de otra etapa en tu vida, en la que deseo que seas todo lo feliz y libre que fuiste hasta ahora; que aprendas a respetar reglas y a convivir con otros, pero que mantengas siempre, la capacidad de dejar tu huella, de expresarte, de ser vos, y de reírte a carcajadas, como te reís a veces. Eso rulos: que sigas el camino siendo una personita tan auténtica como lo fuiste hasta ahora, será mucho pedir?.

martes, 21 de febrero de 2012

Happiness

Todo el día de ayer estuvo lloviendo. A veces a cántaros, otras más leve, pero lloviendo al fin. En días como estos llega cierto momento en que, con niños pequeños en la casa, se impone una salida, aunque más no sea sacarlos a dar una vuelta en auto porque tanto encierro no le hace bien a nadie. Y allí aparece mágicamente don marido que me dice - me los llevo, te dejamos un rato en paz. Genial, un rato con la casa para mí sola.
Contra lo que se supone que debería o podría haber hecho teniendo un rato para dedicarlo solo a mí - arreglarme las uñas, leer un libro o simplemente mirar tele- mi rato de ocio terminó en la cocina.
Mis hijos aún no se habían ido y yo ya estaba dejando un paquete de harina sobre la mesada: pizza casera- anuncio.
Y en un rato me encuentro metiendo la mano en un bolw lleno de masa, armando un bollo gigante y esperando que leve.
Mientras pongo un cd y me tomo un par de mates. Son las seis de la tarde de un feriado y yo pico cebollas. Mientras Goldfrapp canta Happiness yo llorisqueo y desvío la vista de la malvada que ocasiona tanto llanto: sé, gracias a la genia de Narda, que si pongo los dedos como garras mientras pico, es imposible que me corte aunque no mire. Hacía tiempo que una cebolla no me hacía llorar tanto (será la cebolla solamente?), pero cuando termino me doy cuenta que el desahogo artificialmente ocasionado terminó por tener efectos terapéuticos.
Termino de picar. Sartén, aceite y la casa se llena de un olor tan rico que de verdad quiero que llegue el momento de la cena.
Sigue sonando el cd, para de llover, y salgo al patio. Me descalzo y camino sobre el pasto que todavía no terminó de absorber la cantidad de agua que cayó. Cuando era chica y llovía en verano automáticamente salía a la vereda a jugar bajo el agua. Con los años uno deja de hacer eso, y ahí aparecen los paraguas, y el auto, o el remis cuando llueve. Me niego a que los años me saquen esa capacidad de divertirme con tan poco. Y ahora en mi casa estoy disfrutando tanto de algo tan simple como caminar descalza por el césped lleno de agua que no entiendo porqué no lo hice antes.


Feliz, y si esto no llega a ser la felicidad que alguien me diga donde está.

viernes, 17 de febrero de 2012

Yo también leo

Cada vez que leo que alguien recomienda libros en su blog me lo anoto. Ilusa. ¿Sabés el tiempo que falta para que yo tenga tiempo de sentarme a leer un libro sin que me interrumpan?
Cuestión que durante las ya mencionadas vacaciones, mi ser sintió, equivocadamente, que vacaciones iba a ser sinónimo de descanso. No  sé que parte de mi cabecita loca asoció que la palabra vacaciones se aplicaba a mis hijos también: yo estaba de vacaciones, mis hijos no. Pero en fin, envuelta en la fiebre de descanso, corrí a una librería y me compré dos libros.
A la noche, cuando todos dormían, agarré el que más me había llamado la atención: “Los padecientes” de Gabriel Rolón. Lo empecé a leer y me atrapó. Cuando ya mis ojos no podían enfocar correctamente las letras del sueño que tenía lo dejé, y cuando me desperté en la mañana lo primero que hice fue tratar, de retomarlo. Digo tratar porque fue imposible volver a tocar un par de hojas hasta la tarde, cuando generosamente marido se llevó a los niños a la pileta y quedé sola, empanada de arena, pero feliz con mi libro. Avancé un poco y llegué a un punto de la lectura donde quería terminarlo sí o sí. Así que esa noche leí de corrido no sé hasta que hora de la madrugada, pero lo terminé. No sé si alguna blogger amiga lo habrá leído y si le gustó tanto como a mí. Un libro algo oscuro, con una trama enroscada, un thriller psicólogico como lo definió su autor . Y aunque algunos lo defenestren,  bien por Rolón  que logró que después de años un libro me atrape tanto como para ceder horas de sueño a cambio de terminarlo.


Ahora voy a tratar de empezar el otro que quedó durmiendo en el cajón: “Comer, rezar y amar”, del cual no vi la peli todavía (sepan entender que vengo atrasada con el cine, con los libros, con la vida bah) y del que empecé a chusmear algunas páginas y no me causó gran sensación. Después de haber leído sobre esquizofrenia y neurosis este otro me parece para infantes creo.

Y ustedes? Están leyendo o han leído últimamente algo que merezca ser recomendado?

jueves, 16 de febrero de 2012

Cortito y al pie

Reniego de la playa sí, pero la arena fue hasta ahora la única que logró esto:

que mis hijos jueguen juntos más de 20' sin pelearse.

Estoy pensando seriamente en hacer de mi jardín un gran gran arenero.

♪Qué lindo que es estar en Mar del Plata, felices y bailando en una pata, en Mar del Plata soy feliz♫
(Y como verás todavía no puedo aclimatarme, para todas las que me lo preguntaron, sigo inmersa en el espíritu vacacional digamos)

lunes, 13 de febrero de 2012

Volver

Volver es lo más difícil de las vacaciones. Y no por el hecho de dejar atrás días sin horarios ni obligaciones solamente. Digo el hecho de llegar a tu casa, bajar todo el equipaje (que en mi caso siendo cinco en la familia es mucho, mucho de verdad), desarmar bolsos y ordenar mínimamente. Ese hecho, desarmar bolsos debe ser la parte más tediosa de todas para mí.
Mientras sacudo arena de la ropa que estoy sacando automáticamente me transporto a días atrás.
Mar del Plata en verano tiene ese olor dulzón en el aire, mezcla de coco y perfume, olor a “Rayito de Sol” o "Banana Boat" digamos. Puedo reconocerlo enseguida. El verano huele a Rayito de Sol en la costa. En la playa, al resguardo en mi carpa insulto en chino al viento que arma remolinos de arena, esa misma arena que estoy sacudiendo ahora de las bermudas de Beni. Rara vez se me ocurre acercarme a la orilla del mar: los años me han vuelto un ser friolento y el mar definitivamente no está hecho  para mí. Pero veo a mis hijos corretear y chapotear en las olas y opto por guardarme el deseo de haber elegido otro lugar para vacacionar.
Pese a eso Mar del Plata es como mi casa también. Desde hace 14 años no hay verano que no pase al menos unos días ahí. La ventaja de no pagar alojamiento hace que aunque no me guste al 100% la playa, sea el lugar elegido cuando uno quiere escaparse unos días, o cuando, como esta vez, el ahorro hogareño dice presente y se cancelan otros destinos.
Levantarse, caminar un poco por Av. Luro, Rivadavia, poco por la peatonal (que digamos es lo más parecido a una Gran Saladita últimamente) y volver al departamento. Embadurnarse de protector, armar todo el equipaje y partir a la playa, escuchando la 97.3 que me dice que  una tal Jessica de Vincenzo da “cursos de reina de belleza” (¿?).  Me río, y siento un pequeño salto en el pecho cuando bajamos por Av. Colón hacia la costa. Estacionar en el balneario, bajar todo el equipaje, pedir algo para almorzar, instalarse en la carpa, leer, bailar brasilero en el parador, pedir licuados, comer un par de churros de Manolo, tomar algún mate, juntar las cosas y volver al departamento, para bañarse y   salir de nuevo  a la noche
Así fueron estas dos semanas de descontrol horario, y calorías al por mayor.
Terminé de sacudir la arena en la ropa y arranco la semana pedaleando una hora por la costa de mi laguna. De alguna forma hay que atacar lo que dejó el verano en el cuerpo.
Volver. Y recomenzar.