viernes, 17 de agosto de 2012

Un post triste, como el día...

Conté en alguna oportunidad que mi familia es bastante chica. Pocos tíos, pocos primos, ya sin abuelos, en fin, chica.
Con mis primos tuve una relación bastante estrecha mientras mi abuela María vivió: ella era la encargada de juntarnos a todos, o a la mayoría en su casa: mi hermano y yo (mi hermana más little aún no había llegado al mundo por esos años) y los 3 más grandes de una de las  hermanas de mi mamá (que tiene 6 hijos en total, sí, 6 hijos tuvo mi tía, una corajuda!).
Cuando mi abuela falleció se perdió un poco eso de juntarnos tan seguido y pasamos a vernos solo en las fiestas de Año Nuevo.
Siempre hubo, de los seis, algunos con los que tuve más relación que otros, por cuestiones normales, de edad, o de afinidad, o de verlos más seguido.
Uno de ellos es S. S, varón, 25 años, es uno de los primos con los que más me trato. De verlo en su trabajo, de verlo seguido en la casa de mi tío, siempre con una sonrisa, siempre correcto. S tiene una novia desde hace más de seis años: N (y pensándolo bien seguro que hace más de seis años porque con ella fue a mi casamiento, y yo hace 6 años que estoy casada así que sí: más de seis).
N es de esas novias que se ganaron enseguida a toda la familia: mi tía la adoptó como una hija más, es madrina de alguno de los hijos de mis primos, siempre está en cuanta reunión familiar hay, muy simpática y charlatana. Y aunque no la suelo ver seguido siempre me pareció una persona agradable, una buena y linda persona.
Pues bien, a N, de 24 años, hace 3 meses le detectaron cáncer. Y, al margen de lo obvio, de que la noticia cayó como un balde de agua fría, siempre le puso garra y  siguió adelante con su tratamiento y nunca la escuchabas quejarse.
Hace unas semanas a N le confirmaron que el cáncer hizo metástasis, y que no hay mucho para hacer. Y hace la misma cantidad de semanas mi primo le propuso casamiento.
Hoy se casaron por civil. Demás está decir que fue una ceremonia extraña. Llegué tarde, cuando ya estaban saliendo del Registro. Y por más que intenté ponerle la mejor cara a la situación no pude evitar pensar en lo amargo de la escena: mi tía esquivando el lagrimón, el resto de mis primos llorando, la madre de N también, todos bah. Raro, triste mezcla de emoción y sabor a despedida. Ojalá, pensaba,  los médicos se hayan equivocado y siga con el tratamiento, y la cosa cambie... Ojalá haya sido un mal diagnóstico,  pero bajando a la realidad, y habiendo tenido a mi abuela con la misma enfermedad , dios… no se lo deseo a nadie…
Me fui de la ceremonia pensando en el inmenso, inmenso acto de amor  del que me había tocado ser parte. La veía a ella ocupada en cuidar su maquillaje, mirando que la peluca no se le corriera, que mantuviera su peinado; él atento a cada movimiento suyo, sonriente, siempre sonriente…
Para mí, que me preocupo por cosas triviales, que rezongo por demás, que me adelanto a los días y ando a las corridas de acá para allá, fue un golpe de realidad la situación:  que hay que ver que hay cosas más importantes por las que estar mal, y sobre todo que hay que valorar lo que tenemos en el momento que lo tenemos. Es cliché, ya lo sé, pero cuánto de cierto tiene esa frase.
La pucha, que vale la pena estar vivo…

martes, 14 de agosto de 2012

Cosas que pasan

Pasaron muchas semanas desde mi último post. Pasaron muchas cosas también. Si me sacara una foto ahora y sin saber esto que estoy contando se darían cuenta que fue así. Al menos eso dicen; dicen que cuando uno hace un cambio drástico con su pelo está queriendo cambiar cosas, o intentando resolver de alguna manera otras cuestiones. Pues bien: ahora tengo el pelo corto, casi tan corto como mi hermano digamos, y no quiero entrar a analizar demasiado, pero sé que están pasando cosas.
En el medio de toda esta desaparición por decirlo de alguna manera, hubo cosas lindas, muy, muy lindas, como la catarata de buena energía que se generó con toda la movida organizada por Ann y Lila para apadrinar la escuelita rural. Y pese a que no pude participar en los encuentros por razones de logística, sí pude aportar mi granito de arena para ayudar a otro a sentirse un poco mimado. Ojalá que así haya sido.
Pasaron visitas a médicos varios; pasó una endoscopia, ahora pasan dietas y también  pasa una hernia (que yo solo creí que le agarraba a las personas grandes; error, ahora se que le pasa a cualquiera, o quizás sea que yo estoy grande también).
Pasó un día del niño en el que me negué a verle la parte comercial del asunto: no hubo juguetes de Disney Channel ni de Cartoon Network; hubo un gran gran desayuno y libros, cultura para todos. Bajo la mirada en principio reprobadora de mi hijo más grande, y los retos de amigas que me trataron de desalmada por no satisfacer las demandas consumistas de mis pequeños transcurrió un día del niño que fue eso: un día, con una dosis extra de mimos, pero sin la locura de rebalsar de regalos a los integrantes de la familia.
No se si está bien o no. Quizás, yo que siempre estoy buscando despegar del mandato familiar, en el fondo, lo sigo repitiendo. Yo no recuerdo regalos fastuosos en el día del niño. Mejor dicho: creo que no recuerdo nada de ese festejo. Y si no recuerdo debe ser porque de seguro nunca me regalaron aquello que quería. Sí lo recuerdo para Navidad y Reyes, pero Días del Niño no.
Igual, a modo de consuelo, de gran consuelo digamos, mi hijo mayor me dijo que los mejores regalos fueron la taza del hombre araña y las golosinas que venían con el desayuno. Y el mejor regalo para mí fue verles la cara de alegría cuando vinieron a dejarlo el domingo a la mañana:  ver la cara de sorpresa y felicidad en un chico es impagable; creo que es lo más auténtico que uno puede ver.
Pasaron muchas semanas, y pasaron rápido. Pasa la vida, ni más, ni menos.
Ah, ahora miro mi historial y caigo en la cuenta que en 3 días mi blog cumple un año. Voy pensando qué le voy a regalar.